Parece increíble pero el desuso de una
prenda íntima femenina puede provocar una revolución cultural trascendente e,
incluso, puede ser tomado como bandera (valga la osadía) de liberación de
género.
El hecho es que una prenda tan tradicional en su uso como el corset, no solo
ajustó bien la cintura, creando un estereotipo grotesco de la silueta de la
mujer, sino que fue el símbolo del encorsetamiento de la voluntad y el intelecto
del grueso de la sociedad femenina por siglos.
El uso del corset tuvo su auge en la llamada era victoriana. Vaya que lo tuvo. Una mujer no era tal sino lo usaba pero más grave que eso fue creer ciertamente que su uso exaltaba los valores estéticos que entonces se tenían como inconmovibles para el ser femenino: su lugar se relegaba a las cuestiones de los “trapos”, cacerolas y parir vástagos. Así las mujeres de la era victoriana eran orondas señoras, rebosantes de “salud” (léase nalgas prominentes, generosos pechos y una prole interminable de críos), facultadas solo para aprender corte y confección, declamación, comportamiento social, criar hijos, estudiar piano y a veces canto. Estamos hablando, por supuesto, de la mujer burguesa. La mujer proletaria no usaba corset, apenas si tenía una vestimenta decente. Su punto de encuentro con la burguesa era su condena sempiterna a la cocina, el tejido, el alumbramiento fecundo de hijos; la mujer proletaria además tenía que sobrellevar otra carga más: trabajar por sueldos miserables en fábricas cuyos dueños las explotaban junto a sus hijos.
Este panorama parecía ser perdurable en el naciente siglo XX. Pero hubo una guerra cruel, extensa, sangrienta: la llamada “Primera Guerra Mundial” o “Gran Guerra”. En los campos de batalla se estrenaron con éxito nuevas armas de exterminio; se llevaron a cabo nuevas estrategias cargadas de sadismo y desprecio por la vida. Cuando terminó la guerra, en Europa y en Estados Unidos las mujeres dejaron de usar corset. De pronto se vio a esa prenda como un símbolo pre-bélico, como un anacronismo. Había ganas de divertirse, de pasarla bien. Eso, sumado a una repentina bonanza económica que surgió en Estados Unidos, trastocó el panorama de la moda y, como veremos, de la mujer como género.
Hubo en este desarrollo otro elemento preponderante que fue disparador de tan simple como significativo cambio: el cine. Cuando en la década del 20 se instala en Hollywood, primordialmente, esa necesidad de liviandad, de desentendimiento de las cosas graves que los ligaba a la preguerra, entonces surge una nueva estrella de cine: LA FLAPPER. La flapper es bailarina, alegre, fumadora, desenvuelta, se corta el pelo a lo garzón y sus faldas se acortan descaradamente hasta arriba de la rodilla. Y algo más: NO USAN CORSET.
El uso del corset tuvo su auge en la llamada era victoriana. Vaya que lo tuvo. Una mujer no era tal sino lo usaba pero más grave que eso fue creer ciertamente que su uso exaltaba los valores estéticos que entonces se tenían como inconmovibles para el ser femenino: su lugar se relegaba a las cuestiones de los “trapos”, cacerolas y parir vástagos. Así las mujeres de la era victoriana eran orondas señoras, rebosantes de “salud” (léase nalgas prominentes, generosos pechos y una prole interminable de críos), facultadas solo para aprender corte y confección, declamación, comportamiento social, criar hijos, estudiar piano y a veces canto. Estamos hablando, por supuesto, de la mujer burguesa. La mujer proletaria no usaba corset, apenas si tenía una vestimenta decente. Su punto de encuentro con la burguesa era su condena sempiterna a la cocina, el tejido, el alumbramiento fecundo de hijos; la mujer proletaria además tenía que sobrellevar otra carga más: trabajar por sueldos miserables en fábricas cuyos dueños las explotaban junto a sus hijos.
Este panorama parecía ser perdurable en el naciente siglo XX. Pero hubo una guerra cruel, extensa, sangrienta: la llamada “Primera Guerra Mundial” o “Gran Guerra”. En los campos de batalla se estrenaron con éxito nuevas armas de exterminio; se llevaron a cabo nuevas estrategias cargadas de sadismo y desprecio por la vida. Cuando terminó la guerra, en Europa y en Estados Unidos las mujeres dejaron de usar corset. De pronto se vio a esa prenda como un símbolo pre-bélico, como un anacronismo. Había ganas de divertirse, de pasarla bien. Eso, sumado a una repentina bonanza económica que surgió en Estados Unidos, trastocó el panorama de la moda y, como veremos, de la mujer como género.
Hubo en este desarrollo otro elemento preponderante que fue disparador de tan simple como significativo cambio: el cine. Cuando en la década del 20 se instala en Hollywood, primordialmente, esa necesidad de liviandad, de desentendimiento de las cosas graves que los ligaba a la preguerra, entonces surge una nueva estrella de cine: LA FLAPPER. La flapper es bailarina, alegre, fumadora, desenvuelta, se corta el pelo a lo garzón y sus faldas se acortan descaradamente hasta arriba de la rodilla. Y algo más: NO USAN CORSET.
Ese estilo desenfadado da pie a que sus
seguidoras las imiten. Y en una vorágine de cambios, la mujer abandona el
corset, se introduce en ambientes masculinos, comienza a fumar en público y sus
vestidos son cortos, increíblemente cortos. Las ligas de moral y de madres de
familia no dan a vasto en sus denuncias y protestas, pero las flappers avanzan
de todas formas, dejando atrás los corsets, los prejuicios y la hipocresía. La
intelectualidad se instala en el universo femenino. Pareciera que el despojarse
de esos ropajes que eran símbolo de sumisión y encasillamiento, les otorgan una
súbita libertad que les permite expresarse luego de siglos de silencio y
dominación.
A la par surgen los primeros
electrodomésticos. ¡Señoras ha llegado la general electric¡ todo eso simboliza,
sin querer o intencionalmente, la flapper. Es una mujer moderna, que comienza a
conchabarse de secretaria, que se vuelca a las universidades, la que se anima
incluso a manejar algún modelo ford 27, tan grandes y cómodos. Dorados años
20... Apenas diez años después los avances se detuvieron. Pero a pesar de eso,
hubo algo que no claudicó: ninguna mujer volvió a usar corset, salvo aquellas
que querían hacerlo libremente.
Y todo por un “trapo” de ropa interior.
Alejandro Cruz
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