Un
fantasma bancario
En
el solar que hoy ocupa el Banco de Galicia, España y Necochea, esquina
suroeste, funcionaba hasta la década del 90 el viejo Banco Español.
El
personal de seguridad que cumplía servicios allí jamás tuvo que lidiar contra
maleantes de carne y hueso. Hago esta aclaración porque el intruso con quien se
enfrentaron era de humo y niebla, claramente un ánima en pena fantasmal para
quien los invasores eran los serenos.
En
el ático del Banco había una oficina donde arrumbaban todo lo inservible:
sillas, escritorios viejos, máquinas de escribir, papeles, montañas de papeles
y formularios. Todo se hallaba ordenado en el más perfecto desorden. Desde esa
oficina los serenos escuchaban pasos, ruidos. Pero lo más inquietante era
escuchar el tecleo nervioso de una vieja y destartalada lexicon 80; dedos que
escribían algo, palabras que se imprimían en el aire viciado del cuartucho
abandonado.
Uno
de aquellos serenos tuvo la osadía de abrir la oficina desde donde lo
atormentaban cada noche el concierto de la máquina de escribir enloquecida, más
los pasos de alguien que no sabe a ciencia cierta adónde quiere ir. Abrió la
puerta con un sensible temor en las manos que pronto se extendió a todo el
cuerpo. Instintivamente, mientras con una mano trataba de abrir la puerta, con
la otra tomaba el arma que cargaba en su costado derecho. Cuando al fin pudo
abrir la chirriante puerta llena de mugre, enfocó rápidamente el interior del
cuarto con su linterna. Hizo una barrida por todo el ambiente con el chorro de
luz y solo vió la basura acumulada: sillas encaramadas unas sobre otras, algún
sillón despanzurrado mostrando sus entrañas de goma pluma, pilas y pilas de
papeles y un escritorio donde habían tirado las máquinas de escribir.
A
pesar de ello, todavía había lugar en ese escritorio para ubicar, a un costado,
una silla con su correspondiente máquina de escribir, como esperando a alguien
que la ocupara. Ese pequeño, maldito detalle, le heló la sangre. ¿Estaría
agazapado el ocupante, el incansable escribiente sin paz allí? Por las dudas
cerró el cuartucho que olía a rancio.
Después
de él, fueron varios lo que repitieron la acción y tampoco vieron nada. Sin
embargo ni una sola noche la máquina de escribir dejó de teclear, ni los pasos
cesaron en su loca marcha sin sentido.
Aquel
que se animó a entrar primero, tuvo la iniciativa de averiguar sobre el
particular entre los empleados más antiguos. De boca de uno de ellos, se enteró
que años atrás, un empleado del banco se había ahorcado en esa habitación.
Sin
más, el sereno volvió a sus habituales tareas quizá con un poco de sosiego en
su alma. A fin de cuentas aquel desdichado fantasma solo lo tenía a él para
hacer catarsis de su infinita angustia.
Alejandro Cruz
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