viernes, 29 de noviembre de 2013

DE MEMORIAS: 1886, el Cólera en Mendoza



Fue un 8 de diciembre de 1886, día de la Inmaculada Concepción de María. Ese día un habitante de la castigada ciudad de Mendoza comenzó a sentir los síntomas de una enfermedad que no pudo ser alejada de sus fronteras: el cólera. Al día siguiente, ya había muerto deshidratado, seco como pellejo.
Fue una terrible epidemia que recién menguó en abril del año siguiente, para desparecer en mayo. Cinco meses de dura lucha, de pesadilla, en donde más de 1500 personas que vivían en el casco urbano cayeron una a una, día a día, como insectos rociados por veneno. Fue tal el colapso que la infraestructura de entonces no pudo atender tamaña calamidad. El desaparecido Hospital San Antonio no daba a vasto para la atención de tantos enfermos, por lo que salubridad pública comenzó a atender moribundos en domicilios particulares; quizá fueran los domicilios de los aterrorizados mendocinos que emprendieron la huída precipitadamente, yéndose a lugares deshabitados para aguantar el flagelo.



Eran tantos los cadáveres para enterrar a diario, que los empleados municipales se negaron a continuar cargando difuntos a riesgo de su vida. Se los conminó a seguir con su trabajo, pero su porfía de auto conservación pudo más. Entonces el gobierno obligó a los presos a tan ingrata tarea, la que cumplieron sin chistar, habida cuenta de su situación judicial.
El fantasma de la muerte había llegado en un vapor procedente de Nápoles con destino al puerto de Buenos Aires. En todos los puertos la embarcación había sido rechazada, a sabiendas que entre la tripulación había gente enferma de este mal. En todos los puertos…excepto en el de Buenos Aires, que autorizó el desembarco ya que entre los pasajeros se hallaba Antonio Del Viso, influyente político de la época… nada nuevo bajo el sol.
A la luz de los hechos, bien puede decirse que la epidemia se expandió en Mendoza a causa del centralismo porteño. Suena delirante, pero solo suena, fue así. Ante las noticias alarmantes que provenían de Buenos Aires, el gobernador Rufino Ortega instaló un control sanitario en Desaguadero, prohibiendo la entrada de cualquier viajero que no hubiera cumplido con la debida cuarentena en esa localidad. Y la prohibición incluía a toda clase de pasajeros: particulares, comerciantes, flotas de carros, trenes. La directiva bajaba de una Comisión de Higiene creada a iniciativa de Ortega. Pero los intereses comerciales de Buenos Aires y el Litoral se veían afectados por la medida, por lo cual el Ministro del Interior de Roca, Eduardo Wilde, exigió que se respetara la libre circulación interprovincial so pena de intervenir con el Ejército para garantizar dicha circulación. Ortega cedió y las consecuencias no tardaron en manifestarse.
Por eso, la muerte llegó a Mendoza de la mano del centralismo porteño, y se cobró varias vidas. El Estado Federal miró hacia un costado y la desgracia se enseñoreó en estas tierras menducas.
ALEJANDRO CRUZ

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