La vida de Tito
transcurría plácida y corriente entre su laburo y algunas noches de ensayo con
su banda de rock. Tito era baterista, motejado como “el pulpo”. Pero las horas
que llenaban su vida eran las horas que compartía con su novia, Carolina. Y
ésta su novia de ensueño, vivía cruzando la Avda. San Martín, del lado del
Dpto. de Las Heras. Tito vivía del otro lado, en la Capital de Mendoza. Por lo
tanto, se encaminaba hacia su cita de amor cada noche que podía, y para evitar
un largo periplo, acortaba camino por la huella del paredón norte del
cementerio de la Capital, y de esta forma al cruzar el caminito, pasaba la
frontera divisoria de la Capital con Las Heras. Y ya. Una noche fría de julio de 1982, Tito encaminó
sus pasos por la huella a la vera del paredón del camposanto. Fue entonces que
sucedió.
En medio del silencio y la penumbra, sintió un rugido. Era un sonido amenazante
proferido por un animal, y sea quien fuera la criatura que lo había emitido,
estaba muy cerca. A unos metros delante de Tito, sobre la cornisa del paredón
del cementerio, un animal descomunal se erguía en sus poderosas patas y rugía
al viento su letanía salvaje. En una milésima de segundo la cosa se descolgó de
la pared y cayó firme, enhiesta sobre su cuatro patas en la huella, frente a
él.
¿Era lobo? ¿Perro? ¿Pantera?
No podía distinguirse pues la negrura intensa de su pelaje lo camuflaba con la
espesura de la noche. Sí podía ver sus ojos terribles, dos brasas rojas
cargadas de maldad. Sus fauces eran enormes y dejaban ver colmillos y garganta
enrojecidos, esparciendo una baba bullente y espumosa que caía a los costados a
causa del movimiento de la cabezota, pero que al caer a la tierra se desvanecía
sin mojarla... En un momento de aquella atroz pesadilla, la bestia encrespó el
lomo amenazante. Se largó a la gran carrera contra Tito.
Tito, sin saber bien porqué, como un poseído se largó a correr directamente
contra la bestia infernal. Gritó. El espantoso choque se produjo al fin. Cuando
casi sentía el aliento fétido, cuando las fauces rojas lo iban a devorar…
sintió que traspasó a la criatura. Literalmente la traspasó. Cuando lo hizo se
le heló el alma, pues en su cuerpo se condensó todo el frío del universo. Pasó
a ser aire, hielo…. Era un frío sobrenatural que lo llenó y casi lo desmaya…
había traspasado a la bestia negra, que era de aire, de un aire frío y
malsano…. Habiendo traspasado a la aparición, pudo ver cómo la bestia rugiente
se replegaba sobre sus pasos, y de un solo brinco ganaban la cornisa del paredón nuevamente, cayendo
hacia dentro del cementerio, sin un ruido.
Así quedó él también, sin un movimiento, ni un ruido… Vencedor y vencido.
Esa noche nadie supo si pudo ver a Carolina… nadie supo si tan siquiera pudo
volver a ser el mismo Tito que todos conocieron…
La vida no lo trató mal en el futuro, pero su hosquedad y su mutismo se
hicieron proverbiales entre sus amigos y la gente que lo conocía. Se casó, pero
no con Carolina, como si la blonda noviecita le recordara ese día nefasto. Se
hizo huraño, serio, y a pesar de que siguió deslumbrando con su particular modo
de tocar la batería, solo fue eso: un talentoso baterista, pero sus dotes
creativas, sus letras, su versatilidad para crear, se fueron en esa noche
terrible en que sintió que casi se congela su alma…
ALEJANDRO CRUZ